martes, 18 de enero de 2011

domingo, 16 de enero de 2011

Textos

Ballenas varadas



La ciudad estaba tranquila a esa hora de la mañana. La primavera dejaba ver sus primeros colores en los parterres del parque. Prometía ser un domingo relajado y tranquilo. Oscar compró el periódico, como hacía todos los domingos, y tomó camino del parque dispuesto a encontrar un sitio donde poder leerlo con cierta serenidad y silencio.
Entre las noticias de la sección internacional que no dejaban de hablar del desastre en Oriente Medio y los temas nacionales, fue llegando a la sección de ámbito local, ahí fue donde Oscar se encontró con una inesperada sorpresa. Aparecía una fotografía a tres columnas de unas cuantas personas en bicicleta y, a pie de foto, aparecía un texto que decía: “Ciclistas urbanos reivindican una ciudad más humana y habitable”.
Oscar no se lo podía creer, allí aparecían casi en primer plano Andrés, Bernardo e Inés y, un poco más al fondo, la esquina del Banco de España, con la C/ Alcalá perdiéndose en la lejanía.
Ahora, Oscar, se preguntaba cuantos años habían pasado, ya casi ni se acordaba de aquellos años de lucha en los que se reunían esas tres personas: Andrés, Bernardo e Inés y él, con muchos más, como Adela, Isabel, Marcos y ese chaval francés llamado Pierre que vino de Paris. Se reunían todos en un piso, de un viejo barrio de Madrid y allí entre discusiones y charlas, creían y querían, arreglar un mundo que no les satisfacía. Allí se gestaron asociaciones medioambientales, urbanas, ecologistas, conservacionistas y sociales.
Han pasado muchos años ya desde que los vi por última vez, puede, que quizá veinte, ya casi no me acuerdo, pensó, pero ahí estaban, dando guerra, si se puede escribir esa palabra dentro del contexto de unas personas que pensaban en un mundo utópico y sin armas, de un mundo ideal en el que la palabra tuviera el poder y cada persona fuera respetada por si misma, en el que la economía no dictase las normas de los pueblos, fueran estos occidentales u orientales, en un mundo en que todo fuera consensuado en decisiones votadas por las personas y no por las multinacionales, o empresas lideres, o bancos .
Él hacía tiempo que se había ido alejando de todo ello, había alcanzado un cierto “status” profesional, laboral y familiar y, llego un momento en el que su vida ya no era aquella. Ahora, él, les veía en una foto de un periódico de tirada nacional y pensaba en que aquellas personas eran como aquellas viejas ballenas varadas en las costas, encalladas en un tiempo de sueños e ilusiones que no eran “lo real”, “lo pragmático”, para moverse en un mundo como éste, eran como islas perdidas en medio de un mar lleno de monstruos y de banalidades, que era en lo que se había ido convirtiendo el mundo.
De repente, sin venir a cuento, le vino a la memoria aquella imagen de una persona manifestándose delante de la Casa Blanca en Washington en los años 70, con una pancarta que decía: “Dar una oportunidad a la paz”, día tras día, así, hasta meses. Un día, un ejecutivo de una gran multinacional que le veía siempre allí desde su limusina, freno el coche, se acerca a él y le pregunta: Oiga, ¿porqué sigue usted manifestándose, si sabe que no va a solucionar nada? Y le responde el manifestante:
Sí, seguramente el mundo no vaya a cambiar, pero, por lo menos, que el mundo no me cambie a mí.
Oscar levanta la cabeza y su mirada se pierde en la lejanía del parque, quizá, también, se pierde en la lejanía de un tiempo perdido, en el que quizá él,- y no sus amigos-, sea como una de aquellas viejas ballenas, varadas,...................... encalladas en la costa del desencanto y la desilusión.